domingo, 29 de marzo de 2015

NOCTURNO INSONDABLE

Vierte sal en mis labios heridos,
vierte tu llanto amargo,
vierte en mí perfume de narcisos doloridos.
Cómo duele estarse aquí,
aquí en lo hondo…
¡En lo hondo
o en las sombras insondables de tu amor!
En esas sombras de noches frías
que petrifican la vida
con las más fieras melancolías.
Cómo duele estarse aquí,
aquí incrustado –cual negra perla-
en los recuerdos que desgarran el alma,
y que son como aquellos besos suaves
que, tras romper la roja aurora,
calcinan la tersa piel.
Y aún somos, vida mía, un mismo misterio,
un mismo misterio entrelazado
en el cáliz de terciopelo
de la álgida ausencia.
Y aún somos, vida mía, un mismo misterio,
un mismo misterio que se deshace,
-¡Oh Dios!- que se deshace,
que se deshace en su intento de arder…
Vierte sal en mis labios heridos,
vierte tu llanto amargo,
vierte en mí perfume de narcisos doloridos.
Pero que no diga el silencio
que mis manos no tiemblan de dolor.
Pero que no diga la eterna noche
que mis labios no claman por tu amor.
Y lo somos todo.
Y no somos nada…
Y mis ojos vagos, y mis locos ojos,
buscan en las honduras de lo negro;
el aleteo afable de tu voz;
buscan en las honduras de lo negro,
los lampos de tu tibia sonrisa
y la tristeza rutilante de tu adiós.
-¡Oh Dios!- Cómo me desvanezco 
en el intento eterno
de alcanzar las playas lejanas e imposibles del olvido,
de alcanzar lo inalcanzable,
de dormir profundamente en aquel regazo consumido.
¡Pero vierte sal en mis labios heridos!,
vierte llanto amargo,
vierte en mí perfume de narcisos doloridos.
Porque cómo…
Porque cómo duele estarse aquí,
aquí en lo hondo…
¡En lo hondo 
o en las sombras insondables de tu amor!

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