viernes, 22 de noviembre de 2013

Humberto Dib


Todo un circo

Se conocían desde muy pequeños, sus padres habían trabajado toda la vida en ese circo, así que jugaron, crecieron y se enamoraron entre animales, cuerdas, zancos y carromatos. Con el tiempo, él se convirtió en Tatín, el payaso, ella en Mamba, la encantadora de reptiles. Pasaron años muy felices hasta que la muchacha comenzó a notar que la carpa le quedaba chica, aseguraba que en aquel muladar nadie podía sentirse digno. Sus reclamos fueron creciendo al pulso de la inacción de su novio, por lo que, ya desilusionada, se dejó convencer por el primer embuste frondoso de cierto empresario de la capital. Desesperado, el payaso le prometió un mundo nuevo, otro cielo, en fin, hasta le juró que se volvería equilibrista y que no usaría red sólo por ella, pero ya era tarde, antes de que comenzara el espectáculo, encontró una escueta carta de despedida al lado de los potes de maquillaje, justo debajo de la gran nariz roja.
Dicen que nunca estuvo más gracioso que esa noche, los niños se orinaron de la risa, pero el cocodrilo -que sabía toda la verdad-, al ver cómo los enanos apaleaban a Tatín contra un coche destartalado, no pudo contener las lágrimas.

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