Letras Libres es un programa radial cultural independiente sentipensante en el cual buscamos abrir el espacio a la imaginación y la reflexión.
martes, 28 de enero de 2014
Humberto Dib
Bla
Aunque resulte extraño, fueron los políticos los primeros en darse cuenta, sin embargo no consideraron que el asunto tuviera demasiada importancia, les pareció que se trataba apenas de una palabra, una vieja y gastada palabra que había comenzado a desvanecerse. Decidieron no hacerlo público. Cuando la Comisión Nacional de Defensa del Lenguaje quiso dar la voz de alerta, ya era tarde, el fenómeno había alcanzado una gravedad tan extrema que era irreversible: la palabra en cuestión no existía más. Cómo puede explicarse que falte una palabra que no tiene el don de la existencia, es un absurdo total, argumentaban los filósofos por televisión. La buscaron, claro que sí, pero no era posible hallarla en ningún libro, ya que en los espacios en los que había estado impresa ahora se veía una mancha de bordes confusos y color té con leche. Lo más curioso era que si alguien intentaba decirla o escribirla, una ausencia fantasmagórica le atravesaba la mente -el corazón, el alma-, entonces terminaba emitiendo un sonido bronco, a la vez que dirigía la mirada al piso y hacía movimientos rotatorios con las manos. El hecho es que, cuando por fin todo el mundo se había olvidado de ella, la palabra comenzó a delinearse en los lugares donde antes había figurado, incluso en los que no. La gente la recibió con extrañeza y hostilidad, pues, a fin de cuentas, cuál era su verdadero significado, qué falta hacía, si existían términos de sobra. El Gobierno, que no tenía ninguna intención de quedar como autoritario y no obstante quería mostrarse preocupado y enérgico, decidió realizar un referéndum para que el propio pueblo decidiera si la palabra tenía que seguir existiendo o si debía ser aniquilada, elidida, prohibida, y penalizado severamente su uso, claro está. El día de la votación, los ciudadanos acudieron en forma masiva a las urnas -como dicen los malos periodistas-, pero al entrar en el cuarto oscuro para determinar el destino de la palabra, se encontraron con una mancha de bordes confusos y color té con leche en el centro de cada boleta. Así que, no habiendo otro motivo para estar tan alterados, se dio por concluido el acto comicial y se zanjó definitivamente la cuestión.
Por supuesto que me gustaría revelar cuál es la palabra, pero en mi boca estalla un silencio aterrador cuando intento pronunciarla.
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