Esa acerba sensación que se siente
al comprender que uno no es uno, sino
dos encerrados en el mismo barro fragmentado,
dos enemigos que yacen bajo un solo reflejo.
Y la vida se convierte en una huida,
en una dolorosa huida de uno mismo,
en un desprecio a lo que uno es, sin serlo.
Porque el hombre es triste nada que mira al infinito.
Cómo vuela a lo lejano ese yo soñador,
cómo se funde con lo sagrado en el hombre,
cómo se embriaga con dulces infinitos
mientras se ve a sí mismo atado, fustigado,
ciego y mudo en ese piélago de sombras muertas.
Oh tristeza! Cómo se ve y finge no verse…
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