jueves, 1 de agosto de 2013

Javier Gonzalo Rodriguez



Un viaje de novela o un emplumado en problemas

Allá por 1987 y con motivo del cumpleaños de mi abuela paterna, Papa decidió emprender viaje desde Bernal con escala en Morón para recoger a mis tíos y dos primos y teniendo como destino final, Carlos Spegazzini.El viaje parecía divertido y hasta atrevido ,ya que desafiar el conurbano en una compacta japonesa con motor de escasa cilindrada y cuya velocidad máxima en tiempos de gloria habían sido unos poderosos 80 km /h distaban mucho de su actual realidad de unos escasos 60 km /h y con cuatro cubiertas recapadas. Pero si algo caracterizo a mi padre, fue su capacidad de intentar cosas alocadas. Ya había hecho Bernal –Santiago del Estero con el mismo vehículo.
Salimos temprano ya que unir Bernal con Moron vía Avenida Rivadavia demandaba unas cuantas horas. Se había decidido que el regalo para la Abuela era un canario amarillo y un pote de helado para compartir post asado con el resto de la familia que nos esperaba.
El recorrido desde Moron hasta Spegazinni y descontando que no había la red de autopistas que hoy existen, era empalmar la Dellepiane y de ahí conectar con la fatídica y llena de barrios cerrados, Ruta 205.
Como ya comente, las condiciones del vehículo distaban de ser la optimas pero igual llegamos a Morón donde ya éramos ocho los ocupantes más un canario, un pote de helado y demás pertrechos para matizar una viaje en pleno febrero. A poco de salir de la casa de mis tios, el primer síntoma de que este viaje no sería fácil, se suscito. En un sordo pero contundente ruido mi padre detecto que una de las cubiertas recapadas había cumplido con su vida útil. En esa época las cubiertas venían con cámara y era más que común, que por falta de dinero se recaparan las cubiertas.
Por suerte y estando aun en la civilización, una gomeria nos resolvió el problema. Seguimos a velocidad crucero de 40 km/h y como a la horita y ya en la Au Dellepiane ¿adivinen? Si, dos recapadas presentaron su indeclinable renuncia, digamos que tuvieron un momento Lorenzino pero nadie las detuvo.
En medio de la nada misma, con un calor típico de verano y con una sola rueda de auxilio y encima recapada ,las chances no estaban a nuestro favor. Mientras mi padre y mi tio buscaban la manera de que alguien los deje en alguna estación de servicio con gomeria y poder reemplazar las ruedas que se asemejaban mas a ruedas de karting que a las de un auto real,ya que el origen del vehiculo era japonés y era todo reducido a su mínima expresión, con un radio a botones y solo captaba AM,un tablero que indicaba velocidad,testigos minimos y tres pedales con una palanca al piso de cinco marchas que iban de primera a cuarta y reversa. Demasiado para haber sido adquirida en 1980 ,pleno periodo de Plata Dulce.
Volviendo al tema ,desembarcamos de la lata que era un ejemplo de cómo colectar energía solar, solo en 20 minutos podía acumular más calorías que un termotanque eléctrico en 12 hs,impresionaba ver como esa carcasa blanca parecía derretirse a la veda de la AU Dellepiane.Nadia había reparado en que el canario era un ser vivo como nosotros y había quedado como único pasajero del móvil. Por esas cosas de la vida ,alguien se digno a ver que era de su vida y descubrió al emplumado en una posición no muy natural y con una agitación importante. Descubri tempranamente que las aves se deshidratan y lo socorrimos poniendo debajo de la misma sobra que nos guarecía a nosotros y compartimos algo de agua con el plumífero regalo de la abuela. En el rescate, también vino el pote de helado o lo que quedaba de el,ya que había tomado ese color café con leche típico de la mezcla de los sabores en su interior y que nadie se atrevió a saborear.
Alrededor de las trece, aparecieron mi padre y mi tio con un par de flamantes y recapadas ruedas para ponernos en marcha. Imagino la preocupación de mi abuela que no sabia nada de nosotros ,era una época donde no había celulares,MP 4,Play Station o WI Fi,todavía se mandaban cartas, los llamados eran a teléfonos fijos y que seguramente residían en la casa del vecino con más dinero del barrio.
Llegamos como a las quince, con la anécdota del viaje lleno de peripecia pero con el plumífero recuperado y sin citar que el pote de helado quedo contribuyendo a la contaminación ambiental debajo de un frondoso árbol de la Au Dellepiane.

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