domingo, 24 de mayo de 2015

AUSENCIAS

Se viaja no para buscar el destino
Sino para huir de donde se parte
Miguel de Unamuno
Qué bueno sería irse;
Pero sin maletas,
Sin arrastrar la sombra vaga
De tantos ojos insondables,
De tantos besos agridulces;
Sin arrastrar la sombra vaga 
De la calle sin nombre, la más atroz!,
La del aullido sordo de la desventura,
La del humo denso de lo incierto;
Irse desnudo, -como el alba-
Sin nada, 
Incluso sin uno mismo!
Irse y sentarse
En la hondura de la Ausencia,
Por allá lejos,
Quién sabe dónde!
Y tomar con la mano 
Del agua del olvido;
Sanarse la amargura del alma,
Sanarse la vieja tristeza
Que bulle en el espejo
Que nos refleja mientras
Caminamos dormidos, dándole la espalda
A la Vida Ciega.
Qué bueno sería olvidar
Este grave afán de olvido
Y renovar el amor,
Renovar los votos con lo otrora consumido, 
Con todo lo que perennemente 
Tiene que estar envuelto en plumas
Suaves de ensoñación.
Volver a caer al abismo
Pero con honda sorpresa;
Volver a sentir el Pecado Mayor:
Ese primer mordisco de la voluptuosidad;
Y sufrirlo y amarlo y odiarlo,
Oh! Celebrarlo en sacra soledad;
Volver a desflorar con alma trémula
La perfumada santidad de la noche,
Palpar su vientre de madreselvas,
Besar sus labios de dulce hiel,
Embriagarse por vez primera
Y trepar por las cúpulas del cielo
Para morder esos grandes racimos
De la espiral alucinación…
Qué bueno sería
Cortarle el péndulo al corazón
Lacerado, denegrido, contristado;
Tumefacto por la agonía 
Y la fugaz alegría del amor.
Deshacerse de ese pequeño infierno
Para volver a nacer 
Tras el último gemido 
De la última resaca:
El estertor postrero 
De aquel que ya no sueña! 
Dejar que ese mundo calcinado
Se lleve en su caída desventurada
El espectro aciago de la Muerte;
A merced de poder sumergirse 
Sin rostro, sin vergüenza, sin dolor,
En la vasta mar del purpurino anhelo.
Ah! La Mar…
Qué bueno sería olvidarla
Para volver a encontrarla:
Opalina, furiosa, próvida, sabia, taciturna
Bajo el sosiego de las platas dormidas;
Bañándose en secreto en las cascadas 
De músicas y rosas negras
Que brotan de la inescrutable inmensidad.
Y abrir los ojos!
-de nuevo fúlgidos-
Y sentir el tenue ardor
De las lumbres de los girasoles,
De los fuegos ardientes de las amapolas;
Las llamas incandescentes del ruiseñor
Que unge los senos albos y tersos
De la mañana pura
Con el poderoso volcán de su canto.
Sí! Abrir los ojos,
Cual estrellas hambrientas
Que devoran la belleza de un Mundo Nuevo,
Que devoran con locas ansias, 
-Ah La Locura!-
Que devoran todas esas fragancias
Que manan del riscoso y perverso
Silencio de la mujer.
Qué bueno sería llegar,
Impoluto, inmarcesible,
Llegar, llegar,
Así sea sin haberse ido

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