martes, 4 de junio de 2013

Martin Alvarenga

MICROALEGATO DEL LIBRO DE LOS LIBROS /Cuento: MARTÍN ALVARENGA /DERECHOS RESERVADOS

En un tiempo en que me hallaba distendido, fijé mi mirada en el grueso tomo que descansaba sobre la mesa, se trataba de un clásico que había superado al tiempo y al espacio; no importa en este caso el autor sino lo especial que significa el libro para mí, pues al sentirlo como un clásico - por su contenido y su forma - me había revolucionado el mundo interior.
No pude no dejarme llevar por mis digresiones, acerca de que su valor representa el monólogo interior del hombre en singular y en plural; esa virtud de la letra impresa que tiene un ritmo por debajo del sonido; ese ensamble que produce el diálogo social, de conciencia a conciencia, mediadas ambas por el lenguaje. Esas mentes conectadas con el corazón que producen el chispazo del conocimiento, el vaivén tímido y osado del ondulante y mítico discurso, en procura de descifrar el resbaladizo enigma de la vida.

Cierta vez que estuve de mal humor, le pregunté al libro:
- ¿Quién te creés que sos?
Para mi sorpresa, el espesor del volumen se abrió solo deslizando sus páginas como si se estuviera leyendo a sí mismo.
- ¡Soy toda la humanidad! - exclamó molesto y luego se fue moderando con lentitud, y agregó -: No estoy encerrado entre mis páginas.
- Perdoname - respondí -. No quería ofenderte. No he pensado tal cosa.
El libro abierto me contestó:
- No te preocupes. Aunque muchos todavía no tomen razón de mis posibilidades, soy la encarnación de la especie parlante: la criatura humana es mi naturaleza. - Se detuvo con un leve movimiento de página y luego continuó -: Me llaman texto en vez de decirme vida cantante y sonante; existo con ideas y emociones, satisfago mi hambre y calmo mi sed con todas mi fuerzas, palpito y muero como ustedes, odio y amo, respiro y hago el amor, soy santo y pendenciero.
No podía salir de mi desconcierto. Estupefacto, me dejé llevar por mis pasos con el propósito de comprender la inaudita revelación que se cruzara en mi experiencia. Entonces sentí que mi interlocutor me hacía un pedido:
- No te olvides de decirles a mis lectores que no me dejen pagando, olvidado sobre la mesa. Avisales, por favor, que estaré aquí esperándolos.

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