jueves, 23 de mayo de 2013

Pablo Neruda


Túpac Amaru

Condorcanqui Túpac Amaru, 
sabio señor, padre justo,
viste subir a Tungasuca 
la primavera desolada 
de los escalones andinos, 
y con ella sal y desdicha, 
iniquidades y tormentos.

Señor Inca, padre cacique, 
todo en tus ojos se guardaba 
como en un cofre calcinado
por el amor y la tristeza.
El indio te mostró la espalda
en que las nuevas mordeduras
brillaban en las cicatrices
de otros castigos apagados,
y era una espalda y otra espalda,
toda la altura sacudida
por las cascadas del sollozo.

Era un sollozo y otro sollozo.
Hasta que armaste la jornada 
de los pueblos color de tierra, 
recogiste el llanto en tu copa 
y endureciste los senderos. 
Llegó el padre de las montañas, 
la pólvora levantó caminos,
y hacia los pueblos humillados 
llegó el padre de la batalla. 
Tiraron la manta en el polvo, 
se unieron los viejos cuchillos, 
y la caracola marina 
llamó los vínculos dispersos. 
Contra la piedra sanguinaria, 
contra la inercia desdichada, 
contra el metal de las cadenas. 
Pero dividieron tu pueblo 
y al hermano contra el hermano 
enviaron, hasta que cayeron 
las piedras de tu fortaleza: 
ataron tus miembros cansados 
a cuatro caballos rabiosos 
y descuartizaron la luz 
del amanecer implacable.

Túpac Amaru, sol vencido, 
desde tu gloria desgarrada 
sube como el sol en el mar 
una luz desaparecida. 
Los hondos pueblos de la arcilla,
Los telares sacrificados,
Las húmedas casas de arena
Dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac es una semilla,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac se guarda en el surco,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac germina en la tierra.

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