martes, 29 de octubre de 2013

Ignacio M. Pis Diez Pelitti


CAPÍTULO AUTOBIOGRÁFICO SOBRE LA VIDA DE UN AMIGO

Con la mirada cansina, la voz entrecortada, varios cigarrillos de por medio y sentados en un bar, Manuel me contaba –palabras más, palabras menos- que su vida apestaba.



Laboralmente hablando, inestable; sentimentalmente, un desastre; problemas de familia, con la ex esposa que lo descalificaba a espaldas de él y frente a su hijo, y entonces éste no quería verlo ni saber nada de él; la inspiración para escribir lo tenía abandonado, la Política era una cosa turbia y prácticamente una bosta llena de gente de la misma materia; sus días como periodista habían terminado, y en la carrera de Abogacía no daba pie con bola: nunca se sentía seguro como para rendir, y cuando finalmente lo estaba, lo bochaban en las mesas de examen.

-          Me quiero matar, Nachito- me dijo alguna vez, mientras fumábamos juntos en el mismo bar de siempre, y tomábamos un café (él, un americano cortado; yo, un americano negro) y comíamos sánguches de miga tostados, ante la esporádica mirada suplicante de los pibes de la calle que nos venían a ofrecer sus estampitas, apósitos y kits de costura, ignorando todavía que probablemente jamás irían a servirles sus rezos, ni que tampoco se fabrican apósitos ni suturas que sirvan para curar o coser las heridas del alma. Si no, pregúntenle a Manuel, que todavía no sabía cómo hacer para arreglar el lío semejante en que se había convertido su vida.

-          No tenés que pensar ni hablar así, Pelado querido- le decía yo - Sos un tipo inteligente y estás haciendo lo suficiente como para que algún día te de frutos. Tenés que ser paciente, confiar en vos mismo, darte cuenta de que sos un tipo capaz (aunque ya lo sabés, pero te lo recuerdo para que no se te olvide, por si acaso). Todo se va a ir dando en la medida que lo intentes. Todavía sos joven, sos un tipo instruido, lo tuyo es sólo mala suerte, etcétera. (creo que nunca pronuncié la expresión “etcétera” entre todas las palabras que usé para tranquilizarlo, pero por economía de espacio en el texto y en el cerebro de los lectores, valga entonces como recurso el pragmático latinismo, con el permiso que, desde ya, me he auto- concedido).

Claro está que muchas veces el pesimista era yo y le contaba a Manuel –palabras más, palabras menos- que mi vida apestaba.

Laboralmente inestable, sentimentalmente un desastre; en ese momento no tenía problemas de familia ni de hijos y sigo sin tenerlos, pero si los hubiera tenido los habría compartido con él; la inspiración para escribir a veces me abandonaba, la Política me parecía una mierda llena de la misma materia; las Letras parecían ser cosa del pasado, y en la carrera de Derecho no daba pie con bola: nunca me sentía seguro como para rendir, y cuando finalmente lo estaba, me desaprobaban en las mesas de examen. Entonces Manu me decía:

        - Nachito: etcétera-. Y si bien creo que nunca Manuel introdujo la expresión “etcétera” en sus consejos para conmigo, interpreto que yo, tanto como el lector ahora junto a mí, damos por sobreentendido lo que este etcétera quiere significar.

Durante dos años, compartí con Manuel los lugares y momentos de estudio, trabajo y distracción. Después cambiamos de empleo, más tarde quedamos a alturas distintas de la carrera, y finalmente el bar “La rambla” cerró. Él conoció a Manuela y se mudó a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes (curiosa expresión, teniendo en cuenta la gran urbe que es Buenos Aires, y cuyos horizontes vaya a saber uno detrás de qué mole de cemento se encontrarán), aunque ocasionalmente nos seguimos viendo durante alguna que otra visita de él a La Plata. 

Con el tiempo la cantidad de visitas fue menguando, y  durante un largo tiempo no supe nada más de él, a excepción de algún que otro pensamiento, video, canción o curiosidad que fue publicando cada tanto en su cuenta de Facebook. Hasta el otro día, que lo llamé por teléfono para saludarlo por su cumpleaños.

Me contó que finalmente consiguió un buen trabajo (dos trabajos, en realidad); que su jefe le dijo que si termina la carrera dentro de un plazo determinado, va a darle un ascenso; que descubrió que el Derecho lo apasiona, que es “el amor de su vida”; que se mudó a un nuevo departamento con Manuela, con la cual comparten la morada y el amor junto al hijo de ella, al que él ama tanto como a su verdadero hijo, Simón, con el que más gracias a sus esfuerzos personales que a la intervención de algún innominado dios, ha recuperado contacto y ha logrado estrechar el vínculo paterno- filial que anteriormente estuvo tan resquebrajado; que con Simón se ven bastante seguido y que comparten tiempo y cosas juntos; que ya no siente ganas de matarse; que a Manuela finalmente le salió el nombramiento laboral que esperó y luchó por conseguir durante casi dos años; que extraña la ciudad de La Plata, y piensa pedir un traslado más adelante para poder mudarse a Florencio Varela y estar más cerca de esta ciudad.

Yo le conté que después de todo conseguí un buen trabajo (dos trabajos, en realidad, y algún que otro pasatiempo); que como soy abogado mi jefa me propuso encarar algún proyecto juntos; que si bien el Derecho no me apasiona, estoy seguro de que me gusta bastante, y que por eso no pienso descartarlo como posible medio de vida hasta que averigüe si realmente es lo mío; que sigo viviendo en el mismo lugar pero que hace poco hice refacciones y compras para adecentar un poco la morada; que aunque no estoy en pareja, últimamente siento que estoy abierto a la posibilidad de empezar a conocer  una mujer con la cual intentar construir algo lindo; que ya casi nunca siento ganas de matarme; que añoro su presencia en la ciudad de La Plata; y que ojalá que se de todo como para que venga a vivir cerca.

Y venga quien quiera a decir lo que quiera, también nos dijimos que nos queremos y que nos extrañamos; que sobre todo extrañamos aquellas tertulias en el bar “La rambla”; que coincidimos en que hizo falta que cerrara el bar para lograr que nosotros nos separáramos; y otra sarta de pavadas elusivas cargadas de machismo, para no sonar tan vulnerables al decir lo que sentimos.

Y si bien en estas pocas palabras no caben dos vidas enteras, y venga  quien quiera a decir lo que le plazca, quiero decir que a mi amigo Manuel lo quiero y lo extraño tanto, pero tanto, como para escribir esta historia que contiene su nombre. La misma que me pidió que escribiera minutos antes de cortar, el otro día cuando lo llamé para saludarlo por su cumpleaños.

A Manuel S. Ochandio

No hay comentarios:

Publicar un comentario