martes, 3 de septiembre de 2013

Georgina Palacios


Y, ¿tú me juzgas?

Y, ¿tú me juzgas?
¿Cómo puedes juzgarme
sin haber vivido el dolor tan inmenso
que he vivido yo?

¿Tú me juzgas?
¿Cómo puedes juzgarme
cuando me empujaste a un abismo profundo 
que, yo sin saberlo, estaba a mis pies?

Pero, ¿tú me juzgas?

¿Cómo puedes mirarme
de esa manera que al tiempo que sufre, 
censura y condena con dura obsesión?

¡Tú me juzgas!
y también me condenas por mala mujer, cuando antes,
virtuosa e ingenua, mi amor te entregaba en dulce embriaguez...

¡Tú me juzgas!

Cuando tus palabras de enojo y de ira,
terribles e hirientes, 
mataron mi esencia, mataron mi ser!
Cuando tu injusticia me echó de tu lado a la fría intemperie,
más fría y oscura mientras más lejos estaba de ti.

La fría agonía atacaba mi alma
que no comprendía tu cruel proceder;
mi único amigo era el llanto
que con imprudencia brotaba al azar.

Y tú, ¡me juzgas...!
  
Cuando en calles oscuras y frías
erraba mi alma sin rumbo y sin fe,
en rebeldía y enojo,
¡enorme pecado contra mi Señor!
No podía encontrar el consuelo,
no podía encontrar la razón 
por la cual parecía perdido l
o que casi alcanzaba en profundo querer.

Tú me juzgas.

Mas no sabes que estando en un hades privado
que no me dejaba vivir
se acercó con palabras muy dulces y halagos
y me hizo creer 
que no era contigo ni otro,
con quien yo debía la vida pasar; 
que sólo él, con titánica fuerza,
podía quitarme el infierno
alojado en mi corazón.

¡Qué palabras tan dulces,
qué tan dulces acciones
tenía en su proceder!

Hoy comprendo por qué Madre Eva escuchó a Lucifer.

¡¿Y, aún me juzgas?!

No te culpo por mis decisiones,
yo culpo al dolor 
que terrible cual gélida bruma
nubló mi visión.

Escuché sus palabras
y escuché tantas otras,
para hacerme torcer el saber
que el pecado en sí mismo,
a la muerte te lleva arrastrado,
inclemente y atroz.

¡Sí,  me juzgas!

Y me condenas de nuevo
al destierro de tu corazón;
y al emitir tu sentencia tajante
también te condenas a perder el amor.

Este amor verdadero,
profundo y sincero
que fue lo que me hizo no perecer,
cuando el hombre
malvado y abyecto se dio a conocer.

¡Me juzgas¡

Y no sabes qué es lo que se siente a tu despertar
cuando enfrentas aquello que hiciste en momentos
cuando a tu conciencia hiciste callar.

El horror que  se viene a tus ojos
al poder contemplar 
consecuencias de sangre y de muerte,
de heridas y sal.

Me juzgas…

Cuando en arrepentimiento corrí a mi Señor, 
que en Su Misericordia infinita retó a su alrededor:
"El que libre esté de pecado puede comenzar..." 
mas ninguno la piedra en sus manos atrevióse a lanzar.

¿Es que crees acaso que tú eres mayor
que el que juzga en Divino Derecho y me dio su perdón?

¡No me juzgues!
¡No tienes derecho!
¡Recuerda muy bien,
 que si tú me juzgas,
la vara que uses,
en ti se usará!

El que libre esté de pecado puede comenzar..." mas ninguno la piedra en sus manos atrevióse a lanzar.


¡Me juzgas¡ Y no sabes qué es lo que se siente a tu despertar cuando enfrentas aquello que hiciste en momentos cuando a tu conciencia hiciste callar.

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