martes, 24 de septiembre de 2013

Ignacio M. Pis Diez Pelitti


Sola

No seducía. Ni un gesto, ni una palabra, ni un roce o una caricia. No seducía con la mirada, no era sensual. Prefería pensar que eso era de “chica fácil”. Se reprimía.



Se reprimía y no sólo en su sexualidad o al momento del sexo. Era igual para todo. Prefería poner la culpa en otros, en esos que según ella no se daban cuenta de lo que ella valía. Quería el premio sin haber apostado, ganar sin haber competido; y ser la incomprendida era el rol que mejor le quedaba actuar. Se equivocaba.

Se equivocaba y no salía a la vida. No jugaba a nada, no se jugaba en nada. Pensaba que el problema era los otros que no la querían. Pero era ella, sí, era ella la que no se quería ni un poco, la que no se amaba. Le gustaba decir y gritar que era víctima de una vida injusta: de una madre así, de un padre asá; de un barrio, de un entorno, de una Sociedad difíciles; de un mundo cruel, injusto, despiadado y todo lo demás, que no le permitían ser feliz, que no la dejaban ser. Pero nadie le decía ni le hacía peores cosas, que ella misma cada vez que se paraba frente al espejo, o cada noche cuando el insomnio la venía a visitar con palabras auto- destructivas, con insultos y recriminaciones que estaban tan  lejos de la realidad como que estaban sólo en su mente. Era inteligente, capaz, instruida, si se quiere. Pero no se valoraba.

No se valoraba y entonces salía a la calle ya mal parada, proyectando en los otros los mismos sentimientos negativos y oscuros que ella tenía de sí misma. Ponía en la mente y en la boca de los otros, pensamientos y palabras jamás proferidas ni pensadas por nadie. Y creía que tenía razón, se creía sus mentiras por no aceptar simplemente que sentía miedo. Miedo a vivir, miedo a buscar ayuda. Miedo. Y lloraba.

Lloraba sola, lloraba acompañada, lloraba desconsoladamente y también mudamente. Y cada lágrima que derramaba era un granito más que se iba desmoronando en su auto- estima. Y terminó por odiarse. Por odiar a todo y a todos. Y en un momento toda ella llegó a ser sólo odio.

Fue sólo odio y soledad. Se fue quedando sola por temor a quedarse sola, triste por temor a la tristeza, y sintiéndose nadie por su obsesión por ser amada y reconocida.

Se reprimía, se equivocaba, no se valoraba y lloraba. Y así como sola vivió y sola se castigó, sola se fue quedando y sola se fue muriendo...

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