viernes, 23 de agosto de 2013

Toni Jimenez

FLUIR

Siempre me entrego a mis estados de ánimo, fluyo en ese movimiento dejando que los acontecimientos del corazón vayan a su gusto. Pues toda resistencia equivale a marearse. Me dono a mis mismo entregándome incondicionalmente y sin reservas a lo que me sucede. No como resignación, simplemente porque no se puede hacer nada, pues no hay defensas sicológicas contra el acto porque controlador y controlado ya se han fusionado. Y, al hacerlo todo se autoorganiza en sí mismo. Ahora la vida sigue su movimiento pero yo permanezco enraizado en  presente. Pues pasado, presente y futuro, en bloque se han dado. No fuerzo a la mente a querer estar dónde no estoy ni ser quien no soy, pues al no hacerlo, sientes la energía inadvertida que emana del no esfuerzo; en el fluir de los corazones, sabes que tu latido es el latido del universo. Cuando estás ahí… no necesitas ningún rumbo de actuación, pues surge la corriente espontanea del sentimiento en medio del albur, mostrándose y desapareciendo pero llegando al acontecimiento único de no sentirse separado del amor. Todos los sentimientos fluyen en mí, pues no son indisciplinados y, también sé que la existencia fluye a través de ellos mostrándose el camino ineludible de su amor por mí. Jamás intento retener lo positivo y rechazar lo negativo (estar divido esquizofrenia)  pues sé, que entre calor y frío, mi corazón se auto regula mostrándome la calidez. Ahora viviendo sin conflictos la experiencia cósmica se ha mostrado, pues no hay diferencia entre lo que haces y lo que ocurre: la voluntad y lo involuntario, pues ambas partes se diluyen. Por eso, jamás intento “mejorarme”, pues tampoco hay diferencia entre el gobernador y lo gobernado, pues ambos al fusionarse están en “el surgimiento mutuo” y mi relación con la Naturaleza es sentida en armonía o simbiosis en modelos que no pueden existir unos sin los otros. Pues sé, que cuando intento mejorarme, el conflicto entre mejorador y mejorado acaban estrangulándose  y te pones a ti mismo en peligro. Las cosas no van en línea, no es una realidad punteada, si no en círculo que al cerrarse se complementa en sí mismo en la armonía de los contrarios: pues mi círculo más tu círculo están unidos ad infinitum. Me gusta la rosa, pero comprendo que sin las espinas no se hubiera formado, así no me divido ni divido la existencia, si no que experimento como un todo orgánico. Y, sé, que mi modo particular e inédito está imitando mutuamente el modo particular e inédito del universo: ¿acaso no soy un fractal de la existencia, que es la parte imitando el todo? Para que lo entiendas, observa un bróquil o una coliflor o un holograma y verás que se reproducen inequívocamente las mismas formas. ¿No fue Leonardo el que sostuvo que la parte se une al todo para evitar su imperfección? Y, convengo con Spinoza: “Siempre que una cosa esté de acuerdo con tu naturaleza es necesariamente buena”. Entonces simplemente he de seguir mi naturaleza (ecología) y no forzarla, pues cuando fuerzo las situaciones, todas las alternativas que se presentan están prohibidas, pues haga lo que haga no encuentro salida porque quedo atrapado en la doble ligazón: culpable de mi situación. Esta es la trampa de los fiscales cuando preguntan al acusado en un juicio: “¿Dejó usted de pegar a su mujer? Responda si o no”. Si responde sí, es que la pegaba, y si responde no, es que la seguía pegando. Así te encuentras tú cuando te juzgas. ¿Quién eres? ¿El juez (ego), el delito (no ser tú mismo) o el culpable (los remordimientos) y, no paras ahí, llevas dentro la cárcel donde pagas la osadía de no ser tú mismo, no te queda más remedio que intentar la jugada desesperada de confiar. Cuando ello ocurre, la existencia te recibe con un caudal de energía amorosa que muestra al enamorado en brazos del amor. Hablando de confianza, recuerdo que debía tener 11 o 12 años y vivía  en un pueblecito de la Sierra de Gredos. Teníamos ovejas, y cuando estas parían, se quedaban separadas del resto rebaño y yo las llevaba a pastar a la montaña. Un día me encontraba a tres kilómetros del pueblo y, sobre la montaña descendió una intensa niebla que apenas me dejaba ver más allá de dos metros. En un principio no sabía qué hacer, me quedé sentado entregándome a lo que me sucedía y, al hacerlo, mi perrita “Loni” se quedó mirándome como si supiera lo que me estaba pasando. Sus ojos profundos me transmitieron tanta paz y confianza que esperé a la hora del regreso. Puse las ovejas por delante y  la perrita a mi lado y ellas solas me trajeron a casa. La perrita, las ovejas, yo y toda la existencia éramos un solo suceder y un solo acontecer. 

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