lunes, 8 de julio de 2013

Gabriel Avilés


Me despierto y ni una sola costra se desgaja de mi faz,
taciturno añoro los brazos de mi abuela
en época de lluvia cuando repetía: No temas a los rayos,
toda tempestad trae consigo el ardor de la calma,
este día abruma a los infieles después del adulterio.

De mis manos caen residuos de lágrimas.

Pesadillas se conjugan con la muerte,
ruptura aparente con la cruel melancolía,
el efebo con el cual forniqué, dormita en el sueño de una doncella.

Veo el calendario, miércoles de ceniza,
evoco al niño que oía misa para ir al cielo.
repitiendo con tedio el rosario sin dispersar la niebla.

En mí, la autodestrucción es adictiva.

Los minutos se adueñan de las eras,
desnudo, bebo un café combinado con tabaco,
las pastillas depresivas el vapor del agua empaña los espejos.

A la hora de afeitarme,
un filo dibuja la imagen del que no soy,
escribe sobre los vidrios,
me abandona el precipicio. Despacio arranco
llagas, sin pensarlo me ofrendo en sacrificio.

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