No quisiera tu tristeza, pero, si acaso ésta, te ahoga,
acá están mis hombros para que apoyes tu cabeza
y dejes tus lágrimas fluir;
mis manos aquí están para secarlas
y mi boca, para darte las palabras de consuelo.
No sólo es consuelo lo que de ti quisiera;
además, quiero tu boca lista para darme besos,
pétalos consoladores,
y formar así, guirnaldas en mi cuello
con tus flores de divinos colores.
Mi boca, que humedece el deseo y el amor,
presta está para brindarte su consuelo
con la caricia de mi lengua y de mis labios
que ansían probar de nuevo la salobre dulzura de la tuya.
¡Cuidado!
Alguien toca las fibras escondidas de tu alma
haciendo vibrar con ímpetu aquello que no dormía,
sino, quieto y callado, agazapado, permanecía
esperando permitirle a su voz salir
cual música de gemidos y pasion.
Amigo mío, amado amigo:
He cumplido esta promesa:
hoy tomé tus palabras y las mías,
y las hice poesía.
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