lunes, 8 de julio de 2013

Javier Gonzalo Rodriguez

QUINTO INFIERNO

El amanecer del 6 de junio me regalo una impresionante imagen, todo el horizonte estaba plagado de barcos y desde sus entrañas, surgían lanchas de desembarco que comenzaban su carrera hacia mi posición. Pero 300 metros de obstáculos opacaban las blancas arenas de la costa francesa y un campo minado, nos separaban pero mi ametralladora acercaba distanciasLuego de 4 hs de disparar a todo lo que salía de esas lanchas o por mala suerte, lograba hacer playa me había borrado toda frontera entre los racional y lo irracional fuese borrada a bases de capas y capas de ira , desesperación, de necesidad y desconfianza, de muerte y sangre, de cuerpos cercenados por las explosiones o las balas. Ya no conocía la diferencia entre el bien y el mal, solo disparaba sin cesar a todo lo que se movía.Trataba de recobrar esa frontera entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte.Solo encontraba un cierto alivio a esta opresión, cuando accionaba mi gatillo pero volvía inmediatamente luego de que la ronda se completaba. Tenía mil quinientas oportunidades, mil quinientos intentos de redención pero ya nada era suficiente.A veces me quedaba meditando hacia donde viajaba el humo del cañón o que tan grande era el daño que la munición hacia en los cuerpos.Pero rápidamente la sensación se hacía dueña de mi cuerpo y de mi mente. ¿Hacia dónde van las almas que penan por el campo de batalla? Y de nuevo otra ronda de veinticinco municiones por segundo buscando un destino en Normandía.Los túneles que comunicaba a toda la línea eran gruesos para resistir las bombas pero también evitaban que el aire se renueve y por doquier yacían restos excrementos, orina y muchos hongos. La torre en si permitía romper con la monotonía poder respirar algo de aire fresco y ver por un rato al exterior, si es que la pólvora no dejaba una cortina que tardaba en despejar.Unos cuantos cruceros que mantenían una cadencia inglesa con sus disparos, no lograron su objetivo. Por suerte quien los reglo, no era muy bueno y las municiones descansaban en la playa lo que complicaría su propio desembarco.Salir al exterior era imposible, ya que el Mariscal mino las salidas norte y sur, mientras que los oficiales SS habían soldado las entradas superiores, para que en caso de desembarco no pudieran tomar nuestras posiciones o nosotros huyéramos. Rommel sospechaba que el ataque aliado seria en esas costas. Pasaríamos tres meses encerrados, las provisiones acantonadas en el Bunker eran para tres semanas y nos encerraron seis semanas antes.El hacinamiento producía en algunos la pérdida del pelo y de los dientes.Ya no habían cigarrillos y eran reemplazados por las uñas al punto de que los dedos quedaban sin ellas y con una hemorragia importante, la sangre al secarse deja un aspecto necrófilo en las falanges. Éramos muertos vivosLa palidez era característica de todos los rostros, lo mismo que la tos acompañaban la rutina de doce horas de guardia que debíamos cumplir.Alrededor de las veintitrés horas del seis de junio, calculo que un grupo ingreso por nuestro punto ciego y lanzaron dos granadas, su onda expansiva nos lanzo varios metros atrás y para cuando nos recuperamos e intentamos retomar las posiciones ,vi como algo ingresaba por donde estaba mi ametralladora y lanzo una lengua de fuego que alcanzo a mi compañero, el cual inmediatamente fue envuelto y en su desesperación corría alocadamente por los pasillos, entre medios de los gritos solo atine a sacar mi luger y efectué dos disparos certeros en su cabeza. Todos moriríamos ahí dentro pero ¿Cómo?En el instante que buscamos nuestros rifles, una enorme explosión voló una de los ingresos superiores que estaban sellados. Otra vez me halle en el piso y cuando me quise incorporar comenzó una lluvia de balas acompañadas de granadas que replicaban su estruendo en ese túnel y sus esquirlas rebotaban por doquier, dos de estas cortaron mi carrera en busca de refugio.Me intente reincorporar pero las piernas no me respondían, no sentía dolor pero descubrí que tenía dos profundos orificios en mi pierna derecha, lo cual comprobé cuando pude meter mi dedo mayor e índice hasta la mitad de los mismos. La sangre emanaba en cantidad importante y comenzaba a sentirme débil y con frio.Sin rifle, sin arma de puño, sin poder escapar y respirando un aire sucio, lleno de olores a carne asada, ya que a mi lado el fuego que aun consume a mi compañero. Trato de llegar hasta los cinco barriles de combustible y recostarme sobre ellos, ¿Quién sabe porque guardábamos eso ahí?Pero al explotar desataría un verdadero infierno.Escucho voces y siento que se descuelgan por la boca abierta, son americanos por el acento.Veo que se acerca un grupo de cuatro soldados , me apuntan. Es el momento justo para sacarle el seguro a la granada.

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