martes, 16 de julio de 2013

Oscar Eduardo Flores


DOLORES 

Hay cosas, momentos, estados de animo, golpes y tiempos, que duelen mas, como en la casa de las hojas violetas, con su paisaje desolado y superpoblado, de paredes insufribles, tenebrosas, incoloras y espiadas, exterior penetrable, interior inviolable. 

Sus tiempos muertos, calendarios personales, con olor a fritura, falta de luz y con el calor insoportable del verano y el frío que hiela, de camino al baño, en invierno. Reposos, que en nada se parecen al establo de Belem, duros, afeitados de toda liviandad de postura, opacos y casi... sin afectos, que llevan a modelar de nuevo la estructura ósea. La mirada se entrecierra, para ver la poca luz que habita en ese destierro de in salubridad.

La cola diaria frente al teléfono publico, donde la esperanza de escuchar la voz del de afuera, se reduce a unos pocos y regulados minutos, para enterarte de lo bueno o de lo malo del mundo libre.

Pero el amor de cualquier modo, aun en ese lugar existe, es ese que hace soñar con novios de otros penales, presentados por una carta o una llamada, el amor entre presas, que puede durar solo el encierro; pero salva de ese aislamiento mientras se sostenga, el amor lacerante por los hijos, que dejan al ingresar y que por noticias y buena imaginación, los ven crecer lejos de sus cuidados (¿cuántas cosas hay más desesperantes?).

Quizás esto... no seas todo lo que duele en esa casa de hojas violetas, pero es como empezar a denunciar una cárcel pensada para las más pobres. Que interesante seria devolver la vida de libertad huida, (por errores vividos), por una no tan lejana del exterior, y que ese lugar humanice, por extrañes, por contención, por aprendizaje, por estudio, por evolución de celadores y sociedad. 

Hay cosas que duelen mucho, pero entre las hojas violetas, pueden surgir... hojas de un verde brillante y apasionado, entre los que aun son pensantes y reconocen... humanos.

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